C DE CULTURA

Una poética del retrato

Café de la Paz

marzo 10, 2022

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El que se lamentaba

de hacer su propia estatua con arcilla

que pruebe las materias que nosotros usamos.

Nosotros, es decir, los marginales:

memoria, ensueño, humo, sueño, esperanza. Nada.

Rosario Castellanos. Comentario al escultor.

Hay en los cuartos de nuestra vida cajones que no abrimos a nadie hasta que llega alguien con la llave, que, habíamos pensado perdida o que habíamos arrojado a la calle. Hay quienes por medio de un hipnotismo llamado confianza, amistad o coincidencia abrimos ese álbum de fotografías; desplegamos esas historias que habíamos dejado en un rincón (porque algo es cierto, no queremos verlas, pero es innegable que nos cuesta mucho deshacernos de esos recuerdos).

 Alena Collar escribe en su novela El retrato de Irene con toda sinceridad:

«Odio tener memoria.

[…]

Y sin embargo, estoy aquí, entre objetos del pasado, cuadernos, imágenes que voy descubriendo, sólo porque encontré unas páginas escritas y quise saber» (80).

Álvaro, un joven que podemos imaginar cuidadoso y curioso, tiene la decisión de vender la casa de su abuela. Tras escudriñar en las paredes de la memoria, se encuentra con un retrato de Irene, su abuela. Aquella imagen tiene una historia que desconoce; Irene jamás quiso volver hablar de ese tiempo.

Mi abuela hablaba muy poco. Era dueña de casi todos los silencios. No sé si llegué a conocerla bien. Zonas enteras de su vida alejadas de mí. Ahora tengo la impresión de que pretendía protegerme. Que no supiera (10).

En casa de mis padres hay una fotografía de cuando papá hizo su primera comunión. En ese momento él no sabía si dedicar su vida a los caminos de la fe. El cariño de la maestra Conchita, su maestra de Catequesis, había sido un refugio después de tomar conciencia de que su padre lo había abandonado. Mi padre tiene 78 años y cuando alguien le pregunta sobre ese pasado, contesta con un silencio. Aunque sean dos silencios distintos, el de mi padre y el de Irene, entiendo cuando ella, al momento de que le preguntan sobre su retrato desvía el tema y se va al jardín: a un espacio que está a salvo.  

Las imágenes conservan un tiempo que se mantiene intacto. Aunque no cambia la imagen, a partir de las narrativas, es decir, a partir de las historias que contamos alrededor de ellas, esa imagen que pensábamos inmóvil cambia, se modifica, la miramos con otros ojos, y, como un acto de hechicería, esa imagen también nos mira o para decirlo de otra manera, nos miramos también en ella.     

Puedo así venir a recordar una historia que no viví: ¿Se puede recordar una historia no vivida?; más bien dejar que otros me la cuenten para vivirla hoy a mi manera (12).

Álvaro, por medio de las memorias de personas alrededor de su abuela, los diarios de Irene, va colocando una pieza en otra, como si armara un rompecabezas de recuerdos, para volver a dibujar ese retrato de su abuela, para reencontrase con parte de su historia: la historia de ambos.

Para enfatizar que la historia de Irene y la de Álvaro se vuelven una misma, Alena Collar hace algo muy interesante narrativamente: entrecruza la voz de los dos personajes a lo largo de la novela. Por momentos uno lee un capítulo creyendo que es la voz de Álvaro, pero en realidad era la voz de Irene por medio de sus diarios. Digamos que la novela camina entre el presente y el pasado, por España y por Chile, por Álvaro y por Irene, por Carmen y Celeste, por Rafael. Son voces que se entretejen con hilos invisibles que los unen.

Quisiera enfatizar que El retrato de Irene es una novela que se desenvuelve en dos hechos históricos tristes y devastadores: La Guerra Civil Española y el Golpe de Estado en Chile con Pinochet. Estos acontecimientos generaron el exilio y la huida de muchas personas, esto, en los relatos de algunos refugiados significaba la duda de no saber en dónde pertenecer o si querer pertenecer a algún sitio como lo declara el siguiente diálogo, donde hay una angustia y una duda.

         -¿Tú no te irías?

         -Y, ¿a dónde, Irene?

         -No lo sé. Es una fantasía, claro, pero muchas veces me gustaría no estar aquí. No, no es que esté mal, es que no quisiera estar en ninguna parte (92).

Titulé este breve ensayo como Una poética del retrato porque lo que se hace en la novela es reconstruir/construir un retrato a partir de las historias de la memoria. Desempolvamos el tiempo y descubrimos que, como dice Felipe Garrido: “Vivimos marcados por nuestras raíces perdidas. Todo aquello que hemos olvidado o que nunca conocimos, porque ocurrió en los oscuros tiempos de los antepasados, pero que, sin embargo, está presente en cada uno de nosotros. Todo eso que secretamente nos ha formado, nos constituye.” Álvaro somos todos aquellos que buscamos las historias que no conocimos y al tomar el retrato en nuestras manos, descubrimos que más que un retrato se vuelve un espejo.