Fotografía de Jesse Alto
Escrito por Macarena de Arrigunaga
“I find myself saying briefly and prosaically
that it is much more important to be oneself
than anything else”
Virginia Woolf, A Room of One´s Own
El cuerpo en que nací es una novela escrita por la autora mexicana Guadalupe Nettel. La historia está escrita a manera de autobiografía y se narra la vida de una niña que nace con una mancha de nacimiento sobre la córnea del ojo derecho. A lo largo del relato, la narradora lleva a cabo una reconstrucción de su infancia a partir de traumas y eventos que marcaron su manera de percibir y entender el mundo. Para ella, su diferencia física y las convicciones ideológicas de sus padres fueron aspectos que la colocaron al margen de la sociedad en los años 70. Nettel articula sus experiencias a modo de soliloquio en el diván de un psicoanalista para darse sentido a sí misma.
La novela inicia diciendo: “Nací con un lunar blanco, o lo que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho” (Nettel 11). La presencia de ese lunar blanco es el punto de partida que la narradora elige para hablar de sí misma, pues esa marca física es lo primero que la distancia de la norma. Ella nace con la certeza de ser diferente, pues el mundo no se le presenta de manera nítida, por lo cual tiene que encontrar otras maneras de apropiarse de este. La narradora habla de un superdesarrollo del tacto como compensación por una carencia visual, aprende a sensibilizar su cuerpo de otra manera para que “ese mundo nebuloso no se le escape de las manos” (Nettel 13).
El personaje de Nettel se narra a sí mismo para comprender su condición corporal y la manera en que los otros están implicados dentro de su experiencia: “quisiera aclarar que el origen de este relato radica en la necesidad de entender ciertos hechos y ciertas dinámicas que forjan esta amalgama compleja, este mosaico de imágenes, recuerdos y emociones que conmigo respira, recuerda, se relaciona con los otros y se refugia en el lápiz como otros se refugian en el alcohol o en el juego” (Nettel 17). El personaje narra su historia para hacerse consciente de su vulnerabilidad social por ser un cuerpo discapacitado.
Judith Butler habla de la vulnerabilidad como la consecuencia de tener un cuerpo expuesto. Somos cuerpos vulnerables porque somos susceptibles de violencia a causa de esta exposición. El lugar público, como menciona Butler, es el espacio de afirmación donde cada cuerpo se construye (Butler 46). Escribir es explicar lo que significa algo para nosotros, es intentar articular las marcas y las heridas que una experiencia dejó. Pero para narrar nuestra historia, es necesario tomar distancia, vernos a nosotros mismos desde fuera, hacernos conscientes de que esa voz es una elaboración ficticia que está intentado narrar algo que no puede alcanzarse con palabras. La narradora en la novela nace con un defecto en el ojo, es decir, su primera aproximación al mundo es a partir de una carencia y ni siquiera puede hablar de perdida, pues nunca tuvo la vista deseada. Sufre un duelo por aquello que desde un principio le ha sido privado, pero decide narrar con el fin de pensar esta carencia desde un espacio otro. Hacia el final de la historia la narradora dice lo siguiente:
Me consuelo pensando que toda objetividad es subjetiva. Es extraño, pero desde que empecé con esto, tengo la impresión de estar desapareciendo. No sólo me he dado cuenta de cuán incorpóreos y volátiles son todos estos suceso cuya existencia, en la mayoría de los casos, no puede probarse en forma alguna, se trata también de algo físico. En ciertos momentos del todo impredecibles, las partes de mi cuerpo me producen una sensación de inquietante extrañeza, como si pertenecieran a una persona que ni siquiera conozco (Nettel 189).
En la novela, Nettel se está reconstruyendo a sí misma a partir del recuerdo y este proceso de reconstrucción implica también un proceso de aceptación y de identificación. La sensación que tiene la narradora de estar desapareciendo al contar su historia tiene que ver con la posibilidad de pensarse a sí misma como un sujeto que está fuera de sí y por lo tanto se percibe como algo más que un individuo autónomo, pues se abre a la mirada del otro y se deja desintegrar por él.
En su ensayo sobre la Ambliopía, Verónica Gerber dice que “no basta con ver, también se necesita saber reconstruir” (Gerber 17). Un cuerpo que nace con un defecto en la vista está consciente de que ver implica reconstruir la realidad y hacer asociaciones ficticias entre los objetos. No podemos decidir como vemos las cosas, pero si podemos decidir sobre la manera en que articulamos aquello que vemos. Gerber lleva a cabo una analogía entre la vista y la lectura, pues argumenta que leer es creer una fantasía a pesar de saber que es falsa. Mirar también es confiar en que los objetos se presentan ante nosotros tal y como son, a pesar de que sabemos que ningún ojo absorbe su entorno de la misma manera. Nadie tiene un referente distinto a su propia mirada, ni otro punto de comparación. Estar en el mundo es aceptar que estamos condicionados a percibirlo de cierta manera tanto física como afectivamente, estar en el mundo es también aceptar el cuerpo en el que nacimos y las modificaciones que este sufre con el tiempo y la experiencia.
El personaje que Nettel construye de sí misma duda de la veracidad de su propia historia, pues sabe que su percepción de los sucesos está alterada por su subjetividad: “Poner en cuestión los acontecimientos de una vida, la veracidad de nuestra propia historia, además de desquiciante, debe tener algo saludable y bueno. Tal vez sea normal esta impresión continua de estar perdiendo el suelo, quizás sean las certezas que tengo sobre mí misma y las personas que me han rodeado siempre las que se están esfumando” (195). Al igual que como sucede con su mirada, la narradora sabe que sus recuerdos también aparecen de manera nebulosa y que su vida es el relato distorsionado que ella se cuenta a sí misma, un relato lleno de duda y de huecos.
La expresión “desviar la mirada” por lo general está asociada con el ojo distraído, aquel que pierde interés por su objetivo inicial y voltea a otro lugar, se pierde en el trayecto o se deja seducir por algo que se encuentra fuera del camino. El ojo que desvía la mirada es aquel que tiene la capacidad de habitar, aunque sea por un momento, un espacio paralelo en el que ya no basta con apelar a un objetivo fijo, sino que es necesario voltear la vista en mil direcciones distintas para reconstruir por medio de la imaginación una realidad aparentemente concreta.
Hacia el final de la novela, la narradora deja de pensar en su ceguera como una limitante y empieza a considerarla una posibilidad para entender el mundo desde una perspectiva más amplia. Al final, el personaje acepta que su cuerpo es lo único que la vincula de manera tangible con el mundo y su manera de percibir es lo que la acerca y al mismo tiempo la distancia de los demás. La narradora hace una analogía entre su manera de mirar y los cuadros de Braque y de Picasso, afirmando que “su belleza radicaba precisamente en ese desequilibrio” (Nettel 194). Su manera de mirar la coloca en un lugar privilegiado, pues puede construir imágenes e historias desde un lugar que para los demás es inaccesible. “Yo también quería salir, aceptarme a mí misma, aunque en ese entonces aún no sabía con exactitud cuál era el clóset que quería abandonar” dice Nettel al hablar de su novela. Esta historia es también la búsqueda de un cuerpo que no ha encontrado su lugar y escribe para construir un espacio que habitar.
Bibliografía
Nettel, Guadalupe. El cuerpo en que nací. Anagrama, 2015.
Gerber, Verónica. Mudanza. Almadía, 2017.
Butler, Judith. Vidas precarias. Paidós, 2002.