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El arte en juego

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febrero 15, 2022

Santiago del Bosque

“El espectador es, claramente, algo más que un mero observador que contempla lo que ocurre ante él; en tanto participa en el juego, es parte de él.”

Hans-Georg Gadamer

Según el INEGI, 67.7 millones de personas visitaron un museo en México durante el 2018, 7.4 millones menos que en 2017. Para 2019, la cantidad de visitas fue de 62.1 millones, 5.6 millones menos que el año anterior. Más del 55% de los visitantes, permanecieron menos de una hora en el museo. Para los comensales entrevistados, las principales razones por las que las personas no asisten a los museos son: falta de cultura o educación (19.3%), falta de difusión (18.3%) y falta de interés (15.3%). No hace falta ser un experto en estadística para entender estos datos: los museos en México están en crisis. Pero ¿cómo se llegó a esta situación? y aún más importante, ¿qué se puede hacer para solucionarla?

“¡Museos, cementerios!… Idénticos verdaderamente en su siniestra promiscuidad de cuerpos que no se conocen.” Este fragmento del Manifiesto Futurista escrito por F.T. Marinetti en 1909 no podría ser más actual, pues muchos de los comensales que van a los museos, asisten sin hambre, ignorando el festín que tienen ante sus ojos sin ser ellos los principales culpables de esto. La premisa de que “el arte es elitista” parece un axioma bajo la lupa de la historia, un museo es un “no lugar” masivo y reconocible en cualquier parte del mundo, que programa cierto tipo de comportamiento en cuanto se presenta ante nosotros. Manos atrás, guardar distancia, leer la ficha, e intentar, por algunos segundos, encontrar en la imagen lo que ésta última nos quiso decir. El “cubo blanco” va más allá de un espacio físico, se convierte en un espacio psíquico que circunscribe una actitud determinada hacia cualquier objeto mostrado en su interior. 

El jardín deshabitado, 2007 (reinterpretando El jardín de las delicias de “El Bosco”) serie: Espacios ocultos, José Manuel Ballester. Fotografía sobre lienzo, 204 x 384.2 cm.

Recuerdo lo que Carlos, conductor del transporte universitario, me dijo alguna vez al preguntarle si él y su familia asistían a museos: “No, como crees, esos lugares no son para nosotros.” Anular la distancia que media entre el público y la obra (entre Carlos, su familia y el museo), es uno de los deseos fundamentales del arte moderno; es decir, que el espectador forme parte del juego del arte. “… el juego es una función elemental de la vida humana, hasta el punto de que no se puede pensar en absoluto la cultura humana sin un componente lúdico.” (Gadamer, 1991) Cuando hablamos de juego, una de las ideas principales que pueden llegar a nuestra mente es el movimiento, ese vaivén que se repite continuamente. De tal manera, el arte es ese vaivén que existe entre la obra y su comensal.

Como en todo juego, el arte tiene un mediador, un “árbitro” que dicta las reglas (artistas, curadores, museos, etc.), por desgracia, actualmente este encuentro que debería ser un constante vaivén, ha sido más un soliloquio que otra cosa. Los mediadores son, la mayoría de las veces, el nexo entre los intereses del mercado y las modas intelectuales, hecho que puede provocar que los comensales no sepan a qué están jugando y dónde están parados; por lo tanto, enriquecer el juego pasa a segundo término. La mayoría de exposiciones, toman al espectador como un ente que tiene el deber de adaptarse para poder entender lo que está a punto de consumir, convirtiéndose en súbditos de las lecturas complejas y tediosas. Si se buscan resultados diferentes, se deben hacer procesos diferentes.  

Comensal en el ARoS Museum, Aarhus, Dinamarca, 2012. Fotografía del autor.

El deber de los mediadores culturales es conocer a sus espectadores para ampliar las posibilidades de que el espectador genere un vínculo con la obra, que existan puentes que permitan el vaivén natural de un juego, que el concepto y potencia se vuelvan idea y acto. Pero ¿Cómo podemos llegar a conocer a los espectadores con el fin de hacer más satisfactoria su experiencia en el museo? Un buen ejemplo sucedió en el Peabody Essex Museum de Massachusetts en 2016, a través de un experimento neurocientífico que tenía como finalidad entender la experiencia de los visitantes, saber si estos conectaban con las obras y así generar nuevas experiencias. Todo a través de la medición de la actividad electrodérmica y el movimiento ocular.

Cuando un agente externo a nuestro cuerpo estimula alguno de nuestros sentidos, el cerebro organiza dicha información y nos permite interactuar con aquello que generó el estímulo. De esta interacción se generan diferentes señales neurológicas que se procesan en varias regiones del cerebro produciendo conocimiento, emociones y recuerdos. Todo este proceso cerebral también se ve reflejado fisiológicamente a través de las glándulas y músculos de nuestro cuerpo. Tradicionalmente los museos cuentan con evaluaciones técnicas como reportes escritos o encuestas, pero como se ha podido ver, esto no es suficiente. Los resultados de este tipo de estudios prueban ciertos aspectos observables que el espectador ya hizo conscientes, omitiendo los aspectos emocionales instintivos de la experiencia que no son observables a simple vista como el movimiento ocular o la estimulación emocional, detectada a través de la piel, que presentan los comensales al degustar la obra.  

Comensal usando los lentes que miden el movimiento ocular. Fotografía de Bob Packert/PEM.

En México este tipo de proyectos aún están esperando para entrar a escena, el más cercano de ellos está siendo desarrollado a través del Seminario de Investigación Museológica y el PAPIIT (Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica), ambos pertenecientes a la UNAM. Estas iniciativas podrían cambiar drásticamente y de manera positiva la manera en que se desenvuelve el juego del arte en nuestro país. Tal vez, después de un largo sueño, una nueva ilusión pueda ser el motor para que el futuro de museos y recintos artísticos sea mucho más emocionante y próspero de lo que ha sido hasta ahora.

Nuestro horizonte de realidad está delimitado por la biología, aceptamos la realidad que se nos presenta y que somos capaces de percibir. La tecnología, que es parte elemental de la cultura humana, nos permite ir más allá de esos límites para demostrarnos que el mundo que nos rodea es mucho más amplio de lo que creemos, que no somos poseedores de la verdad y que el conocimiento sin ser compartido carece de sentido. Para ascender en la escala del conocimiento, la humildad es la herramienta más necesaria.

Santiago del Bosque Arias: En lugar de cuentos me contaban cuadros. Historiador del arte enfocado en el siglo XVII y la Neuroestética; investigador, curador y a veces, profesor. Toda historia merece ser contada, pero depende de su narración y contexto para ser escuchada. 

Portada: Tábata Roja