C DE CULTURA

Doce relatos urbanos: construcción y deconstrucción de «realidades»

Café de la Paz Círculo de lectura literatura africana

noviembre 29, 2021

Fernanda Escárcega Chavarría

¿Qué tanto dicen las calles y los edificios de una ciudad?

¿Qué tanto podemos leer en sus esquinas y sus avenidas?

¿Qué tanto en el trazo y la demarcación de sus barrios? 

Conocemos diversas versiones de cómo era la vida en Tenochtitlán, lo mismo que de la organización social en la antigua Roma o del devenir de los imperios chinos. Todas estas versiones, más que historias, son interpretaciones a partir de los vestigios materiales de las culturas y uno que otro documento escrito.

Pensando en las civilizaciones actuales, dice Jordi Borja –urbanista español– que las relaciones sociales entre sus habitantes, la relaciones de poder y las formas de vivir, son materializadas y expresadas en la conformación de sus espacios de encuentro ciudadano.[1] Borja plantea que el espacio público da cuenta de lo que sucede en una ciudad, pero, ¿es así? La falta de acuerdo implícita en las diversas versiones de la Historia nos demuestra que observar el espacio. Tampoco es suficiente explorar los edificios, las casas, ni los objetos cotidianos para conocer realmente el día a día de los habitantes de un espacio.

Sobre la mirada arqueológica siempre reinará la antropológica, pues no son las urbes –o las estructuras físicas– las que hablan. Puede que sus estructuras, sus materiales, sus trazos, guarden ecos de lo que sucede, pero quienes dan vida a la ciudad son las personas. Se necesita revisar sus testimonios que, si bien son particulares y subjetivos, arrojan luz sobre la sociedad humana.

Doce relatos urbanos, doce voces africanas –libro publicado por la editorial española Baile del Sol– nos permite conocer, a través de narrativas de diversas naturalezas, las caras particulares que distintas ciudades le han dado a personas originarias del continente africano que, según algunas de las versiones de la historia, es cuna de la humanidad. Entre las voces se encuentran Trifonia Melibea Obono –escritora nacida en Guinea Ecuatorial que se ha dedicado a investigar y apoyar temas de derechos de las mujeres y personas LGBTQ+ –, Noo Saro-Wiwa –autora nigeriana que creció en Inglaterra–, Armand Gauz –fotógrafo, guionista y escritor de 50 años, de Costa de Marfil–,  Antonio Lozano  –profesor, escritor y promotor de las letras y el intercambio cultural, nacido en Marruecos– y Ken Bugul  –senegalesa escritora y activista en planificación familiar y desarrollo–.

Esta lectura, más allá de describir las ciudades como espacios físicos, las presenta como el lugar voraz de expectativas, esperanzas, ilusiones y decepciones que cambian, todo el todo el tiempo, con la velocidad del mundo actual. Con sus estructuras intangibles que atraen y expulsan a personas de orígenes múltiples, a partir de reglas implícitas y jerarquías incuestionables. Retrata, sobre todo, un universo de interacciones basadas en el prejuicio y desconocimiento que, curiosamente, aplica para el acto mismo de la lectura. Así como al acercarnos a un desconocido echamos mano del costal de creencias e ideas preconcebidas con que cargamos para leer a los otros, ante las voces africanas es sencillo activar lo mucho o poco que sepamos para construir un marco desde el cual recibir los relatos

Negritud, colonia, esclavitud, desierto, santerismo, islam, tribus, apartheid, migración, pobreza… Estos conceptos podrían conformar un estereotipo básico del “ser africano”. Y ¿qué pasa, luego, con el término urbanos?, ¿qué rasgos activa? ¿ciudadanía? ¿progreso? ¿concreto? ¿rascacielos? ¿infraestructura? ¿oportunidades? ¿servicios? ¿calidad de vida?

Inesperadamente, a medida que recorremos las letras de los autores, nuestros estereotipos y sus implicaciones se van derrumbando. De pronto la distancia que podíamos sentir con un ghanés víctima de racismo en Londres o con un marfileño derrotado en París, se acorta. En una línea descubrimos que, así como en México, en Sudáfrica la gente también prefiere vivir en chozas en las afueras de la ciudad que estar desempleada en sus antiguas tierras, que el campo se abandona y que las personas están dispuestas a hacer cuanto fuese necesario para satisfacer las necesidades básicas de los suyos, que aguardaban con las manos, la boca y el estómago abiertos.

Vivimos, a través del cuento “Cásate con un blanco”, el racismo del que es parte la misma sociedad africana. Leemos la doble moral y el machismo reinante en las familias y no podemos sino sentirnos vergonzosamente identificados.

Abiyán, Lagos, Cotonú, Dakar… En varios de los relatos nos encontramos con ciudades caóticas, en crecimiento veloz y desordenado, sin planeación, sin áreas verdes; en las que el principio de relacionamiento es la desconfianza y la hostilidad. Una vez más, África no parece tan diferente. 

De hecho, lo que empieza a notarse raro, es la idea milagrosa de “la ciudad” y de nuevo nos preguntamos: ¿ciudadanía? ¿progreso? ¿concreto? ¿rascacielos? ¿infraestructura? ¿oportunidades? ¿servicios? ¿calidad de vida? De una página a la otra, las letras empujan el desengaño. Migración masiva y un concepto de legalidad e ilegalidad que promueve la explotación de las personas; la adopción de condiciones de vida que resultan inhumanas con tal de ser parte de las urbes; edificios que brotan como las malas hierbas; falta de seguridad, servicios e infraestructura. La promesa de la ciudad se hace polvo entre nuestras manos, alzamos la vista y alrededor tenemos las pruebas. 

¿Qué tanto dicen las calles y los edificios de una ciudad?, ¿qué tanto podemos leer en sus esquinas y sus avenidas?, ¿qué tanto en el trazo y la demarcación de sus barrios? Dicen y escriben lo que viven sus habitantes. Viajeros, migrantes, locales, hijos, hijas, madres, esposos, mujeres, hombres; personas con quienes, muchas veces, tenemos en común más de lo que nuestras diferencias territoriales, políticas o físicas nos permitirían esperar.

Doce relatos urbanos, doce voces africanas da cuenta del rol imprescindible que tienen las personas para hablar cabalmente de lo que es y de cómo se vive una ciudad, pero también genera un efecto imprevisible: deconstruye distancias y construye semejanzas con gente y lugares de los que nos separan –por lo menos– ocho mil kilómetros de mar. 

Tierras explotadas por poderes extranjeros, racismo, machismo, desigualdades; el sabor a familia en la cocina, la búsqueda de la libertad y de una vida mejor, el arraigo a los lugares de infancia. El libro nos abre un encuentro a “realidades” que, mediante la visión particular de los autores, dan vida a las urbes y generan solidaridad, identificación y puentes con quienes pensábamos distintos. Así mismo, poniendo en entredicho aquellas cualidades que otorgamos sin pensarlo demasiado, nos obliga a mirar los paisajes crudos de “la urbanidad” y preguntarnos a dónde nos están llevando estas estructuras físicas y simbólicas en que vivimos.


[1] Borja, Jordi (2000) Laberintos urbanos en América latina. Espacio Público y ciudadanía. Quito: Abi-yala.

**Esta texto es una colaboración del círculo de lectura «Café de la Paz»**