C DE CULTURA

Que suene el dembow. Elegía a la doncella más virtuosa (sobre reggaetón y poesía)

Literatura contemporánea Literatura expandida Poesía Reggeatón

diciembre 14, 2021

Martín Rangel

I

Hace no demasiado tiempo, la escritora española Luna Miguel afirmaba lo siguiente: “Bad Bunny es literatura porque condensa el sentir de un tiempo”. El contexto lo brinda su libro Caliente, que no discutiremos acá, porque no nos ocupa. De lo que sí hablaremos es del shock y rechazo que todavía provocan este tipo de declaraciones. ¿Por qué irrita tanto que se vincule el mundo de lo literario, de la alta cultura, con el del reggaetón, lo urbano, el roce sudoroso de los cuerpos? Recuerdo ahora momentos ingratos, fallidos intentos de hacer confluir estos dos mundos, como aquella campaña “Perrea un libro” orquestada por la UNAM en 2015, en la que encomendaron a DJ Chango y Baby Killa la adaptación a reggaetón del texto de un libro (Tren subterráneo de Fernando Curiel) y su posterior presentación en un perreo, invadiéndolo, obsequiando libros a los asistentes, haciéndolos saber que acababan de escuchar una expresión cultural legítima y autorizada, usando la música “como un puente”. Recuerdo también las fiestas de BVLV FRÍV, en que lxs poetas leían con beats de reggaetón de fondo… yo participé en varias y en un ejercicio de autocrítica diré: estuvo regular. Pero recientemente han llamado mi atención dos experimentos, ambos sucedidos en el terreno de lo que llamamos literatura electrónica, poesía de internet, que vinculan a la poesía con el reggaetón y que son interesantes tanto por su formato como por el hecho mismo de la fusión de estos dos universos (a primera vista tan disímiles). Hablo de perreopoemas de Andrea Martín (La Rioja, 1998) y bad borges bot de Lisa Carrasco (Lima, 1997), ambos publicados en la antología digital Hyperpoesía (2020).

II

Hace unos días tuve la oportunidad de dar una charla sobre poesía electrónica en una universidad famosa por su origen católico. De manera totalmente inocente, mostré como ejemplos las piezas de Lisa y Andrea, respectivamente. Cuando la palabra “culo” apareció en repetidas ocasiones a lo largo del timeline de Twitter del bad borges bot, comencé a notar un cambio en la expresión de lxs organizadores de la charla. Entonces me di cuenta de que había entrado en un terreno prohibido, que la moral iba a estorbarle al desarrollo de mi ponencia. ¿Por qué es así, me pregunté, si estoy hablando con personas adultas, que todas han perreado y cogido, por lo menos una vez, a estas alturas de su vida? ¿Por qué incomoda, rompe el tono académico y solemne, que los ejemplos que muestro hablen de culos y carne restregada?, ¿por qué pierdo seriedad ante sus ojos? Primero pensé en excusarme: mi charla no fue sobre la promiscuidad o el sexo, sino sobre literatura. Luego pensé: sí lo fue, porque la literatura de la que hablo permite que esto se comente, reapropie y se muestre.

III

El proyecto de Andrea Martín está basado en una técnica conocida en el universo de la producción musical como sampling. Esta técnica consiste en tomar fragmentos de otras piezas para incorporar a las propias, usualmente resignificándolas en el proceso. Copy & paste creativo. A través de la programación (que es escritura de código), Andrea recombina distintos versos de canciones de reggaetón previamente seleccionados. Todos estos versos comparten algo: su estructura sintáctica. De esta manera, al mostrarse como se muestran, uno seguido de otro, acomodados de manera distinta cada que refrescamos la página, desapareciendo y volviendo a aparecer, se puede conservar cierta impresión de unidad, de congruencia. Me parece maravilloso que en la literatura se incorporen cada vez más estas técnicas, tan usuales en el resto de las artes, no así en el quehacer literario. Al igual que Andrea pueda presentar, como un proyecto suyo, una página en la que ella no escribió nada de lo que muestra, pero en la que realizó una curaduría y escribió y editó el código de la pantalla que tenemos frente a nuestros ojos.

IV

El título de este texto es un fragmento de bad borges bot, pieza de e-lit en la que Lisa Carrasco une con gran fortuna la escritura de Borges con la de Bad Bunny. A través de la programación de un bot de Twitter nutrido con frases de ambos artistas, la lucidez metafórica del gran escritor argentino se combina con la lírica directa y sexualmente transparente del boricua. En el timeline de bad borges bot aparecen también ejercicios de poesía visual que incorporan signos de puntuación y emojis, añadiendo una capa casi concretista a la pieza. Mientras scrolleaba a través de la obra, me preguntaba si acaso es mucho más soportable para mí la grandilocuencia de Borges cuando forma parte de un mashup reggaetonero experimental. Nada en contra del genio de Buenos Aires, pero su condición de clásico y la actitud de reverencia que el mundo rinde ante él me incomodan. Más aun si consideramos la manera tan terrible en que su albacea ha tratado a aquellos que, desde su perspectiva capitalista y retrógrada, atentan contra los derechos de autor del fallecido. Si la poesía es un acto contestatario, usurpar su tumba y su memoria es lo mejor que podemos hacer. Es lo que Lisa hizo.

V

Una literatura que construye el presente, que se comunica con él. Una literatura que emplea las técnicas de su tiempo para (des)materializarse. Una literatura que huye de conceptos en apariencia sagrados como el “genio”, la “originalidad”, o el concepto mismo de autoría. Una literatura que no distingue entre alta y baja cultura, que se sitúa en un tercer plano en el que la horizontalidad es la única regla para relacionarnos con la tradición. Una literatura sin ídolos, sin santos. Sin tabúes ni palabras prohibidas. Una literatura valiente y desenfadada. Una literatura así para un tiempo marcado por una cultura que se disfraza de revolucionaria, mientras se cimenta en las más conservadoras censura y cerrazón al diálogo. Una cultura de dogmas, que perrea y dice que es libre, pero en Twitter profiere impulsivas quejas sobre una letra que la ofende y pide cancelarla. Una cultura de  contradicciones que tienden al absurdo.

VI

Para escribir este artículo, leí el libro Vamos pal perreo, que editó la UNAM junto con la editorial independiente Fruta Bomba en el presente año. Encontré textos interesantes y también numerosos intentos desesperados de algunos autores por convencerse a sí mismos: escuchar reggaetón está bien. Justifican a través de argumentos rimbombantes por qué es cool, por qué deberíamos dejarlo entrar en nuestras vidas. El reggaetón no tiene el factor revolucionario-mito creador que sí tiene, por ejemplo, el hip-hop. El reggaetón no es la voz de las diásporas del caribe, o si lo fue, ha dejado de ser sólo eso. Hoy, los artistas que insisten en las virtudes progres del género provienen en su mayoría de Europa. ¿De qué habla esto? Mientras los discursos que muchas personas describen como “cosificadores” se perpetúan entre los artistas latinos de mayor influencia, es del otro lado del océano donde se estiran las fronteras y se proponen posibilidades mucho más interesantes. Basta con echar un vistazo al trabajo de colectivos como Bala Club en Reino Unido (con su versión industrial/grime/emo del dembow) o los artistas del movimiento conocido como Neo-perreo en España (con toda la influencia del deconstructed club)El reggaetón dejó de ser latino después de “Despacito”. La identidad del ritmo es ahora la identidad de quien lo elige para montarse sobre de él, es flexible, maleable y carece de mitos. No hay nada sagrado que proteger en el tumpa tumpa, e híper-teorizarlo es darse un disparo en el pie. No cabe tanta teoría en un espacio destinado a, más allá de los discursos, obedecer la sed de la piel, los mandatos irracionales del deseo. Perrear y restregarnos contra otro cuerpo que tampoco está pensando demasiado.

VII

Hay que ver las propuestas de Andrea Martín y Lisa Carrasco porque, en lugar de revolotear sobre las mismas cantaletas ideológicas, lo que hacen es tomar un elemento musical de nuestro presente y, empleando recursos técnicos contemporáneos y de necesaria normalización dentro del ambiente literario, construyen una obra que brinda más de un mensaje político. En primer lugar: no hay autor: no es que haya un yo, sino un nosotros. Comunidad donde antes habían individuos. En segundo lugar: lo mundano y lo elevado no son inmiscibles, sino que forman parte de un todo y ese todo es la cultura. Una cultura que necesita reconsiderar sus reglas. En tercer lugar: nada es sagrado, todo está sujeto a ser modificado y cuestionado. Aunque a ciertas autoridades universitarias les incomode, o más bien: precisamente porque les incomoda. Vamos bien.


Martín Rangel (Pachuca, 1994) es escritor y traductor. Autor de los libros de poesía ROJO (2013), El rugido leve: las canciones de Ryan Karazija (CECULTAH/CONACULTA, 2015), emoji de algo muerto (Malos Pasos, 2015), delirioamateur (Niño Down, 2016), al margen del mundo (Tiempo-que-resta Ediciones, 2017) y Luna Hiena (Ablucionistas, 2020). Ha traducido al español a poetas como Vlad Pojoga y Mira Gonzalez.

Portada: Melissa Santamaría (IG: @melissazrttt)