Se denomina simbiosis a la manera en que conviven conjuntamente organismos de distintas especies. Científicamente, se han identificado y categorizado distintas formas de simbiosis para describir las diversas relaciones interespecie que acontecen en el planeta Tierra.
Se reconoce, por ejemplo, el mutualismo: una forma de simbiosis en la que dos organismos de especies diferentes se benefician el uno del otro. Estos pueden también perjudicarse, pero mientras la ganancia sea mayor a la pérdida se trata de mutualismo. Como nota al margen, los organismos que participan de una simbiosis de carácter mutualista suelen ser apodados “socios”.
Otra forma de simbiosis es el comensalismo. Esta relación entre dos organismos de distintas especies consiste en que uno de los organismos se beneficia del otro sin provocar a este segundo ningún daño. Hay casos de comensalismo en los que el organismo que beneficia ni siquiera se percata de la presencia del beneficiario.
Un tercer ejemplo, el más temido dentro de los distintos reinos naturales, es el parasitismo. Esta forma de simbiosis se da cuando uno de los organismos de una especie —el llamado parásito— vive sobre o dentro del otro organismo —el huésped— causándole a este segundo cierto grado de daño.
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El lenguaje de las ciencias naturales se alimenta de metáforas que tienen como base la cotidianeidad humana. Este proceso de préstamos para construir conocimiento, sin embargo, funciona hacia ambos lados, y se expande constantemente en diversas áreas del saber. Precisamente en estos procesos de préstamos se sitúa el ejercicio del colectivo Palmera Ardiendo dentro del Museo de Arte Carrillo Gil: las fábulas entran al laboratorio y las investigaciones científicas estudian objetos imaginarios. Todo se considera un experimento en búsqueda de claves para concebir condiciones óptimas para la vida humana y no-humana.
El tercer piso del museo se ha convertido en testigo de una serie de acciones e imaginarios en construcción que revuelcan la idea misma de lo que es “el museo” como institución. Tiempo Compartido es un programa a través del cual el Carrillo Gil invita a colectivxs de arte a habitar el nivel más alto del recinto, en un intento por aflojar las ya oxidadas articulaciones que componen al museo como mecanismo productor de significados. Aquí, el espacio expositivo deviene también espacio de exploración y creación. También se transforma en sede de talleres y pláticas, y ambiente acondicionado para la especulación de futuros mejores.
El museo muestra nuevas señales de vida: el moho comienza a brotar de sus paredes.
Actualmente, como parte del programa, reside en el museo el colectivo cuernavacense Palmera Ardiendo. La propuesta de Palmera Ardiendo para esta estancia museística tiene que ver con el trabajo que lleva realizando el colectivo a lo largo de 2021, bajo el lema “PESE A TODO IMAGINAR”. Se trata de un laboratorio de preguntas para detonar la imaginación; un espacio de experimentación que busca tejer puentes entre los campos de la ciencia y del arte para reflexionar en torno al futuro y sus posibilidades para la vida humana y no-humana. De esta manera, a lo largo de tres meses, en colaboración con diversxs artistas y científicxs, Palmera Ardiendo ha buscado estrategias y herramientas colectivas para fomentar el reencuentro con el planeta de otras formas.
La participación de Palmera Ardiendo dentro del museo, tal como ha sido Tiempo Compartido en general, detona una serie de tensiones fructíferas. El trabajo del colectivo en el Carrillo Gil pone en crisis el génesis moderno y occidental de lo que un museo “es”. Aquel aparato que se presume un representador objetivo de realidades se disloca desde dentro. De repente se torna contingente, sus límites se difuminan, y quienes visitamos el museo no podemos evitar preguntar: ¿se puede tocar?, ¿se puede sospechar?, ¿se puede intervenir?, ¿se puede desear?
Si consideramos a los museos como dispositivos obsoletos ante la realidad en crisis, debemos considerar la posibilidad de que este deterioro detone nuevas formas de reexistencia. El trabajo de Palmera Ardiendo en el Museo de Arte Carrillo Gil es como un hongo imaginario que poco a poco se apodera de las entrañas del museo. Es un hongo curioso, cuyas esporas son preguntas por medio de las cuales se reproduce sin dar respuesta alguna.
El colectivo entra al museo: ¿lo invade?, ¿lo utiliza?, ¿lo agota?, ¿lo nutre?
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En la pieza ‘Fireflies’ (2011), de la artista y antropóloga Fiamma Montezemolo (Italia, 1971), se explora y se construye un mundo de asociaciones entre cáncer y embarazo. Se trata de un video de poco más de siete minutos, en el que Montezemolo narra una serie de reflexiones derivadas de la experiencia del diagnóstico con cáncer de un ser queridx. Paralelamente, en su dimensión visual, el video presenta el ultrasonido de tres meses de embarazo de la artista. Las experiencias en principio se corresponden la una a la otra en tanto que significan un secuestro abrupto del cuerpo de una persona. Así mismo, el rapto detona una serie de afectaciones que oscilan entre el dolor y la esperanza.
El concepto de ‘Fireflies’ (luciérnagas), está tomado del trabajo de Didi-Huberman sobre la relevancia política de la supervivencia de las luciérnagas como metáfora de la importancia contemporánea de una resistencia que sea intermitente, en oposición a una inoperable, redentora, absoluta.
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Así como el ser de la luciérnaga se traslada a una posibilidad de potencia política, busco traducir las formas de simbiosis para describir la relación colectivo-museo y las fértiles paradojas que allí se generan.
El Museo de Arte Carrillo Gil y Palmera Ardiendo se encuentran en una relación simbiótica que intercepta el mutualismo, el comensalismo y el parasitismo. El hongo fantástico que brilla como una luciérnaga puede ser tan suculento como destructivo para las estructuras del museo. Depende de las capacidades de adaptación de ambos para que el mutualismo pueda ejecutarse y prevalezca una atmósfera hospitalaria que pueda extenderse a quienes —humanos y no-humanos— participamos también del espacio museístico. Sea como sea, una nueva biósfera se entreteje en el piso más alto del museo y no queda más que experimentarla: tomar el caleidoscopio y descomponer las imágenes que se nos presentan para fabricar otras nuevas y pese a todo imaginar.
Julia Pérez Schjetnan (Ciudad de México, 1998). Estudiante de la licenciatura en Historia del Arte por la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Columnista y parte del comité de dirección de la revista independiente Primera Página, en donde escribe sobre distintos espacios en los que habita el arte en la Ciudad de México. Ganadora de la convocatoria de curaduría de Obras de Arte Comentadas en enero 2020 con el proyecto “Hijaedades Subversivas”. Trabajó en la investigación y elaboración de textos para la Colección Isabel y Agustín Coppel, A.C. Colabora con textos de catálogo en la plataforma curatorial @latig.x.