Las olas
se dispersan,
como bostezos del océano.
El mar llama ansioso
a los amantes,
de su voz.
Es una conversación.
Cada ola,
una oración
del mar.
Cada persona,
bailando con una ola,
es un dialogo muy intimo,
un silencioso orgasmo;
es música.
Desde aquí,
en la sombra que nos regala la palmera,
(sabia protectora de los débiles en la arena)
veo a la muchedumbre de sal.
Un tumulto de personas
teniendo sexo,
con las olas.
Surfeando.
Hay una poesía singular en todo este acto.
Cada brazada,
cada golpe,
cada intento fallido: de hablar y amarte,
con la ola perfecta.
Y el océano grita.
Sabe que necesitas más de él.
Ruge palabras feroces.
Y las olas surgen del mar tranquilo.
Surgen como infinitas posibilidades sexuales.
La ola te ataca sin tregua,
un muro imparable.
Te invita a atacar con ella,
a subir en la cresta de su destrucción.
Desde ahí arriba, el tiempo se congela.
Eres tú y el mar
Tú y los sonidos
Tú y los olores
Tú y los colores
Tú y los sabores
Tú y tu alma.
Termina la ola. Te caes.
La espera,
el océano: poderoso, provocador.
Entonces llega la ola perfecta.
Y la tomas.
Y cantas con el mar.
Haces el amor con el mar…
Eso veo desde la orilla.
El océano gritando olas enormes
y la muchedumbre de sal,
tratando de montar cada una…
Tratando de conversar
con su amor más grande.
El mar.
La Saladita, Marzo, 2018