por Martín Rangel
Es muy difícil hablar de la obra del músico Antón Álvarez, también conocido como C. Tangana, y limitarse únicamente a lo musical. Pucho (como le dicen sus amigos) es, además, polemista. Para muestra, un ejemplo: hace algunos años, durante la conferencia de prensa previa al festival Primavera Sound, que se realiza en Barcelona, C. Tangana y Yung Beef protagonizaron una intensa discusión que posteriormente evolucionó hasta convertirse en un beef o tiradera entre ambos. La discusión surgió a raíz de que ambos artistas enunciaron su postura respecto de la relación que mantienen con la industria musical. Yung Beef pasaba de estar firmado con la trasnacional Sony a convertirse en artista independiente y operar bajo su propio sello. C. Tangana pasaba de ser independiente a firmar con la misma Sony. Yung Beef defendió la libertad de existir al margen de las discográficas establecidas, lugar desde donde afirmó encontrar mayor libertad creativa y la posibilidad de no seguir abonando a la riqueza y poder de la industria. Se posicionó también a favor de la libertad que le otorga producir su arte sin preocuparse por alcanzar el éxito comercial. Si todo salía mal en la música, aquí parafraseo a Fernando (el nombre real de Yung Beef), siempre era posible volver a las calles a vender droga. Tangana, por otro lado, insistió en lo imposible que le resultaba existir al margen de la industria musical, y argumentó que solo desde el interior del círculo de las disqueras era posible tener algún tipo de impacto. Encima, enfatizó en la importancia de usar a su favor las herramientas que pone a la mano formar parte de un aparato económico multinacional. Estas son: la capacidad de emplear a sus amigos, generar productos mejor elaborados y emitir su propuesta sonora desde un foro masivo que ejerce una influencia sobre la cultura con la que los artistas independientes solo pueden soñar.
Pasaron muchas cosas después, como la tiradera antes mencionada, dentro de la cual un acontecimiento llamó particularmente mi atención. C. Tangana tildó de hippie rojillo a Yung Beef y dijo que no respondería a este sin una ganancia económica considerable a cambio. Entonces puso a la venta una playera roja con un diseño que incorporaba un montaje del rostro de Yung Beef sobre el del Che Guevara. De su venta obtuvo el equivalente a veinte mil euros. Aquí es bueno recordar que, desde el capitalismo, lucrar con las insurrecciones ha sido una manera de neutralizarlas. En su momento, las marcas encontraron en la figura del Che, hipermediatizada, una vía para generar ganancias con las aspiraciones revolucionaras de la gente. Este fenómeno no es exclusivo del caso de Guevara: ha sucedido en varias otras ocasiones que no es mi intención enumerar acá. Mi punto es este: C. Tangana, artista del capitalismo, ejecutó esta especie de performance que alimentaba la construcción de su personaje de ese entonces: el Ídolo. Autodenominado “Avida Dollars” —en homenaje a Dalí— el artista español se vuelve consciente (y nos vuelve conscientes, por si no nos habíamos percatado) de que la música pop es arte y negocio a la vez, y encuentra esta manera de dejar en ridículo a su oponente, que es la misma estrategia que usa el capitalismo para hacer lo propio con quienes pretenden cuestionar o alterar su supuesto orden.
Tangana estudió filosofía en la universidad, eso me hace suponer que algo sabe de estos temas. Ser explícitamente comercial, venderse sin culpas, fue su manera de ser distinto, de reinventarse tras su etapa inicial bajo el alias Crema, en un ambiente como el del rap español underground, tan hostil a la idea de comercializar su música. Este cinismo, sin embargo, no escapó por completo a la contradicción. Pudimos ver momentos en los que el Ídolo, primer personaje de Tangana, se mostraba vulnerable y en “Llorando en la limo” (2018) escuchamos: “ que le follen al dinero, quiero estar contigo”. Es a través de las penas del amor que el personaje de Antón cobra consciencia de ese vacío, ese tópico: ser rico e infeliz. Aquí es donde me gustaría vincular la transición de Tangana “Ídolo” a Tangana “El Madrileño”, nueva máscara (o ausencia de ella), nuevo LP, a través de algunos momentos de este. Un álbum muy afortunado en cuanto a lo musical, que encima incorpora una narrativa visual sumamente atractiva en los videoclips producidos por Little Spain y dirigidos por Santos Bacana. Un álbum que recupera sonidos propios del folclor español y también del latinoamericano.
Tangana ha afirmado en más de una entrevista haber decidido hacer un álbum que retomara el flamenco, la copla española, la rumba, el bossa nova, la salsa, el rock, el corrido etc., como una manera de honrar su primera cultura musical, la de su infancia. Un disco que pudiera ser como es Madrid, al menos para él, con la marcada herencia española, pero con la influencia añadida de los migrantes latinos y de otros sitios. Habla de haber escuchado a Drexler y a Calamaro por influencia de su padre, al crecer. La decisión de publicar un disco con estas características parece un giro inesperado, sobre todo viniendo de un artista que está en la cima de su exposición mediática hasta la fecha. Tendría más sentido un álbum lleno de colaboraciones con las figuras más visibles del género urbano, J Balvin o Bad Bunny, figuras que provienen de Latinoamérica. Pero El Madrileño decidió relacionarse con lo latino de otro modo. Es cierto que el género urbano es consumido en todo el mundo de un modo que ya sólo puede decaer, pues no queda demasiado espacio para su crecimiento. Cobra sentido aquí esta decisión si revisamos el historial de Antón de desmarcarse de sus versiones anteriores constantemente. La relación con lo latino en El Madrileño es una relación con cierta música tradicional de este lado del Atlántico. Y eso es quizás una consecuencia del blanqueamiento y la reducción a las que se sometió el reggaetón mainstream posterior a “Despacito”: una urgencia por reivindicar lo que sí es la música latina desde el pop. Ya no es sólo la cáscara rítmica del dembow, estéril, desprovista de su esencia. Una vuelta de tuerca de la que es artífice, irónicamente, un español.
Latinoamérica es un mercado muy redituable para los músicos. Y si la música pop es un negocio, que lo es, es comprensible que artistas (y disqueras) de otras latitudes aseguren ese consumo a través de distintas tácticas. Podríamos dudar de la versión de Tangana, la versión de reunir en un proyecto los sonidos con los que creció y la música que le gusta, y pensar que se trata de una fría táctica comercial. Yo no lo creo, o al menos creo que no se trata sólo de eso. Me parece más bien vierte luz sobre un síntoma de crisis en el género urbano, y no ha sido el único artista de su generación ni el primero en mirar hacia el folclor para renovarse. Y para ahondar en eso me gustaría tomar el ejemplo particular de la canción “CAMBIA!”, en colaboración con los mexicanos Carín León y Adriel Favela. Carín y Adriel son dos representantes del regional mexicano, definitivamente no los nombres más visibles. Ambos están muy lejos de la exposición y el posicionamiento en el mercado musical que posee, por poner un ejemplo, Natanael Cano, quien a través de la discográfica Rancho Humilde, introdujo los corridos “tumbados” a un mercado global. Todo esto para decir que el corrido no necesita ser reivindicado ni necesita visibilización. Después de que Bad Bunny cantara con Natanael, hemos escuchado a artistas del género urbano como Ñengo Flow, Anuel AA y Ozuna cantar sobre pistas musicales propias del regional mexicano. En la colaboración entre estos dos últimos, titulada “MUNICIONES” (2020), la producción es muy pobre y los regionalismos mexicanos en los que cantan se notan impostados. C. Tangana no fue el primero en hibridar la música tradicional mexicana con lo urbano, pero sí quien lo ha llevado más lejos en cuanto a la experimentación sonora y temática.
“CAMBIA!”, es una canción muy bien producida, ese es mérito de Alizz, el productor de cabecera de Tangana. Acá el corrido es fusionado con texturas electrónicas que recuerdan a cierto Kanye West, al de 808’s & Heartbreaks, concretamente. La participación de Adriel y Carín no es secundaria. La letra me parece particularmente importante para entender el cambio que considero eje en la transición que va de Ídolo a Madrileño. En la parte de Tangana, él nos canta sobre descubrir que el dinero no valida su existencia, que no puede comprar amor ni comprar amistades, pero está tan arriba, tan inserto en ese sistema, que le resulta difícil cambiar. Vestido en Gucci, con ceros de sobra en el banco, es difícil renunciar al placer. De nuevo ese desencanto del capitalismo, ese desencanto que es compartido con muchos otros, ese desencanto que pareciera inútil sentir estando tan adentro del monstruo. Esa necesidad de cambio en una sociedad que no está realmente dispuesta a ejecutarlo, al menos no radicalmente, como podría parecer necesario. Tangana pone sobre la mesa la necesidad de que el cambio ocurra, y su álbum nos comprueba que es mucho más fácil hacerlo en el terreno estético que en el político. Y quizás este cambio en lo estético podría significar un buen inicio, un punto de partida para modificaciones más profundas. El cambio, en alguna medida, es posible.
¿Qué es ser madrileño? Bajo la globalización, ¿qué es ser de un lugar si no ser de todos los lugares? Las capitales son los espacios menos representativos de los países, los más universales. Para encontrarnos con las raíces, que en las metrópolis aparecen sólo superficialmente, suele ser necesario emprender el camino hacia las periferias. En el contexto identitario de El Madrileño, podríamos pensar en la tan citada y perseguida apropiación cultural. ¿Cuenta como apropiación cultural si se colabora directamente con los exponentes de esos géneros?, ¿es todo parte de una estrategia que busca generar polémica, siendo este tema tan frecuente en los juicios de la policía de internet? El Madrileño es un álbum que busca unir, en un amplio espectro de lo hispano, influencias de lo español y lo latinoamericano por igual. Las guitarras de bachata en “Tú me dejaste de querer”, el son cubano del feat con Eliades Ochoa, la salsa de “Cuando olvidaré”, la base de corrido de “CAMBIA!”, el baile funk-bossa nova de “Comerte entera”, la colaboración con Ed Maverick, Drexler o Calamaro, son elementos que coexisten con ritmos característicos de España. No es sólo un álbum de “música latina”, sin embargo su estrategia de marketing ha consistido en gran medida en ubicarlo en las listas de reproducción de música pop latinoamericana. El Madrileño es un álbum comercial, lanzado en un contexto en que lo comercial está directamente relacionado con lo que se produce de este lado del mar y hacerlo de otro modo resulta difícil de imaginar. Sin embargo, incomoda el branding de “latino” porque se antoja ventajoso e invasivo.
El personaje del Madrileño habla de “ya no querer ser mejor que el resto” y de “estar cansado de primer puesto” en “Párteme la cara”, colaboración con el mexicano Ed Maverick. De nuevo ese desencanto, quizás fruto de la madurez, a través del cual marca una distancia respecto de su personaje anterior. El Madrileño es una figura mucho más entrañable que El Ídolo, más cercana. En entrevistas, el propio artista ha declarado haber dejado un poco del lado al personaje previo para ofrecer una obra más genuina, dentro de la cual se siente más cómodo, coherente, en su lugar. ¿Es esto la consecuencia de un hartazgo, ese no querer reivindicar más lo gangsta, la figura del chulo y la opulencia hasta ahora tan propias del género urbano de mayor consumo? Figuras por demás holográficas, escenificadas por hombres frecuentemente millonarios y alejados de la calle. Yo pienso que sí. Dejar todo esto de un lado, no sabemos si para siempre, además de ser refrescante, pone de manifiesto un hastío que es compartido entre escuchas y artistas.
Correr el riesgo de reinventarse, usar el privilegio, los focos que le da la industria, no es solo saber hacer dinero. El Madrileño toma el riesgo estético de no lanzar un álbum estrictamente urbano cuando mejor hubiese sido consumido. Intenta ir un poco más lejos, tirar la bola hacia el futuro, un futuro que depende de recuperar el pasado. De revivir los fantasmas de ritmos ibéricos y latinos del pasado, de traer al presente a los artistas (La Húngara, los Gipsy Kings, etc.) con los que creció e integrarlos con una producción contemporánea que los actualiza. En ese sentido parecería poco innovador, pero la salsa que suena en El Madrileño no es solo salsa, el corrido no es solo corrido, y la rumba o el flamenco tampoco son solamente eso. Por momentos suena a vanguardia, a futuro. Eso es mirar al pasado y actualizarlo, no repetirlo. Construir e imaginar un futuro a partir de un conocimiento de los precedentes. ¿Podemos imaginar una sociedad distinta a la que tenemos, puede este ejercicio artístico extrapolarse a lo político? Me gusta imaginar que sí, y para ello el conocimiento de la historia es fundamental. Este juego, me parece, marcará una ruta para el pop hispano por venir. ¿Llegará el día en que Antón se permita imaginar un futuro completamente nuevo, sin ataduras a sus raíces?, de suceder, ¿perdería en términos de cercanía, ese ser personal que tanto se valora en la música?, ¿estamos dispuestos a abandonar la nostalgia?
En un monólogo que aparece a la mitad de la canción “Cuándo olvidaré”, una voz que homenajea a Pepe Blanco, nos habla de la imposibilidad de que la música tradicional española pueda ser cantada por un extranjero. Parece una discusión de bar, entre copas. Un mensaje que más vale interpretar con humor, aunque el chiste pueda no parecer evidente. Considero que Tangana piensa así, que la música es música y es de quien la quiera escuchar, cantar, tocar, mezclar. Aunque no lo sea y todo repercuta inevitablemente en lo político. Antón pareciera demostrar que existen maneras de colaborar más allá del saqueo usual de los artistas pop respaldados por las discográficas. Que si bien ya no existe expresión cultural que escape a la usurpación de la industria, el álbum lo hace con una gracia que no habíamos visto en años recientes. El Madrileño es un álbum sobresaliente estéticamente, que no abusa de la apropiación de otras culturas, como he insistido. Un álbum en el que, por instantes, somos testigos del desencanto que produce la experiencia del capitalismo en C. Tangana, y en la mayoría de nosotros. Un desencanto que no sugiere, por otro lado, un intento por escapar de sus mieles. Al final: un álbum que, dentro de las fronteras de la música pop, se nos presenta como un producto en el que el artista arriesga, pero la disquera no. El disco es un éxito comercial hasta este momento. Aquí es Tangana el artista que se reinventa desde la industria, una industria que busca abarcarlo todo, que visibiliza lo tradicional a la vez que lo absorbe hasta agotarlo y salir en búsqueda de la siguiente tendencia. Muchas veces, más allá de las intenciones de los músicos.
En una entrevista con el filósofo Ernesto Castro, Antón afirmaba, al ser cuestionado por el carácter machista de algunas de sus letras, que él no se consideraba a sí mismo un moralista, sino un esteta. Sin embargo, es un artista que nos muestra el poder de un sistema. Tengamos esto en mente: C. Tangana no tiene una voz prodigiosa, es más bien chillona, pero tiene (a la manera de Batman) el superpoder del dinero y una industria que respalda sus exploraciones. Posee, además, una inteligencia poco usual entre sus colegas del pop. Ese poder, el poder de Sony, ha sido usado mucho en las estrategias de marketing que Antón ha utilizado en la promoción tanto de sus álbumes como de sus sencillos (un anuncio enorme en la Gran Vía cuando Ídolo, un anuncio en Times Square con El Madrileño, exposición en la radio, TV e internet). Al hacerlo, no sin cinismo —recordemos las playeras del Che-Yung Beef, al artista actuando como actúa el opresor—, nos vuelve testigos, desnuda al poder encima suyo y las tácticas que utilizan las corporaciones para insertarse en nuestras mentes. Me pregunto si somos capaces de verlo.
Para atestiguar el impacto inmediato, o casi, que ha tenido el álbum, basta con teclear “El Madrileño” en YouTube y mirar la masa de reseñas, reacciones, análisis y comentarios que se han hecho a propósito del álbum. El plan funcionó, estamos escribiendo al respecto, y es inevitable. Y porque esos guiños a la salsa me recuerdan a las mañanas en el auto de mi padre, rumbo a la escuela. Porque el regional mexicano me recuerda a las fiestas de Navidad en casa de mi abuela. Porque Drexler me recuerda a mi época de adolescente pretencioso, cuando comencé a leer poesía. Porque el flamenco y la rumba me recuerdan a ese verano de 2015 en España. Porque escucho El Madrileño y me siento identificado con Tangana, yo que ni siquiera lo conozco. Porque esta forma de arte del capitalismo, la música pop, es un negocio frívolo, pero en casos como este también es arte. Y eso es importante reconocerlo.
Martín Rangel (Pachuca, 1994) es escritor y traductor. Autor de los libros de poesía ROJO (2013), El rugido leve: las canciones de Ryan Karazija (CECULTAH/CONACULTA, 2015), emoji de algo muerto (Malos Pasos, 2015), delirioamateur (Niño Down, 2016), al margen del mundo (Tiempo-que-resta Ediciones, 2017) y Luna Hiena (Ablucionistas, 2020). Ha traducido al español a poetas como Vlad Pojoga y Mira Gonzalez.
Portada: Martín Rangel