Antecedentes
Mis papás son de un pueblo pequeñito que se encuentra muy al sur de Jalisco, católicos de tradición y de amplias familias que llegan a robustecer el grueso de habitantes del lugar. Mi mamá tiene siete hermanas y dos hermanos. En la familia hay demasiadas mujeres, como dice la canción del momento, y me he pasado infinidad de tiempo intentando descifrarlas.
A veces me da por recordar las actitudes que toman con cada miembro de la familia, sin quererlo las analizo y veo que varían demasiado una de la otra, pero también sé que sus creencias son inquebrantables. Las defienden por igual, con toda la seguridad de poseer la verdad de las cosas. Su opinión es certera e inequívoca en cada tema de actualidad, aunque eso, más bien, es un rasgo señoril sin excepciones.
Problema
Hay un conflicto de salud que padecemos todas nosotras: tías, abuela, mamá, hermana, sobrinas y futuras generaciones probablemente. Tenemos los ovarios enfermos. Lo escribo así porque pareciera que el término síndrome del ovario poliquístico, a pesar de lo clínico que suena, le quita seriedad al asunto, y seriedad fue lo que necesitó la enfermedad desde un principio para evitar tragedias.
Mi abuela tuvo un total de 13 partos. En el último de ellos tenía un tumor en un ovario “más grande de lo que me podría imaginar”, me cuentan. Ese embarazo fue de alto riesgo: le realizaron una histerectomía, con ovarios y miomas incluidos, cuando aún estaba en edad reproductiva. Creo que sólo por eso dejó de tener hijos.
A mi mamá también le retiraron el útero unos años después de que yo nací. Ella y mis tías siempre tuvieron problemas en sus periodos: irregularidades, sangrados excesivos y dolores intensos. A la siguiente generación le fue igual o peor en cuanto a malestares. A una de mis primas más cercanas le tuvieron a extirpar un ovario porque un tumor lo consumió por completo. El dolor que sintió en esos momentos era tanto que pensamos lo peor, aunque algunos meses después pudo quedar embarazada. Todos lo vieron como un milagro.
Pasa que todas ellas han tomado la decisión de no tratar el problema como es debido, pues implica ir en contra de su manera de mantener sus pensamientos en el lado correcto de las situaciones. Negar, o más bien, controlar sus capacidades reproductivas resulta antinatural. Desgraciadamente fue lo único que se les ofreció como cura.
Conclusión
Yo comencé con problemas en el claustro materno a los 13. Sangré por un mes completo y no se me ocurrió decirle a mi mamá. Se dio cuenta gracias a la cantidad de toallas que le estaba pidiendo y por fin me llevó con la doctora, quien me terminó ofreciendo lo que toda la genealogía había rechazado. Mi mamá dijo que no en mi lugar.
No quiero que me pase lo mismo que le ha pasado a mi familia por décadas. No quiero que me explote un tumor en un ovario porque la medicina va en contra de lo que me inculcaron. Empecé a tomar mis propias decisiones pero tuvo que ser lejos de ellas. Aunque, sí, diario me da miedo no estar en lo correcto.
El inicio de mi vida individual ha sido lento, todavía no he conseguido mis pañuelos de colores y sigo sin saber cómo defenderme con mi propio cuerpo y con mi propia voz. Apenas empiezo a tomar las decisiones que espero siembren cimientos sólidos para poseer la parte del mundo que me toca en mi cabeza. Todavía no sé del todo quién soy, ni en qué quiero creer, pero sigo observando en silencio.
Empecé con el tratamiento de los anticonceptivos para que nadie más llene de experiencias mi propio organismo. Los cambios fueron graduales y casi imperceptibles: desaparecieron los cólicos menstruales, mi piel se limpió de todo aquello que me molestaba y por fin hice las paces con la idea de estar enferma y no poder hacer nada para sanar.
Las mujeres de mi familia son obstinadas, y eso es algo que veo necesario aprender de ellas. Me enseñaron a rezar y lo mucho que tranquiliza el alma hacerlo. Al final de mi vida, y a pesar de todo, quiero que estas mujeres me arrullen en medio del mantra de las letanías del rosario. Quiero que no me dejen sola en mi aprendizaje, ni entonces ni ahora.
Pautar el propio camino es una prioridad. Al cortar por lo sano pude ver a diferentes distancias las claves para cuidarme y hacerme cargo de mí misma, vi también un futuro con opciones y herramientas para las que siguen. Espero con el corazón en la mano que la cura sea en lo individual y en lo colectivo para que nunca más nos tengamos que lamentar.
Katia Rivera: (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1996). Editora y licenciada en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana. En 2019 impartió el Taller de Lectura en la Asociación Pro Personas Con Parálisis Cerebral. En el mismo año entró como editora y dictaminadora a Dharma Books + Publishing, donde ha acompañado el proceso de publicación de más de 10 títulos. Tiene un pez que se llama Maraca y vive en su escritorio.
Portada: Carla Valverde.