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Espejito Espejito….

febrero 24, 2023

Santiago Del Bosque

¿Cuál es nuestra experiencia con la empatía? Aquella emoción que nos permite establecer vínculos con los que nos rodean, conocerlos y comprender lo que les sucede. El “estar en los zapatos de otro” no pasa únicamente cuando hablamos con nuestra pareja o con un amigo cercano, también ocurre cuando vemos a dos personas besarse y nos sentimos parte de la ecuación, cuando otro recibe un golpe y podemos casi sentirlo, e incluso, puede presentarse cuando establecemos contacto con aquello que llamamos arte.

 

La razón anatómica y neuronal de la empatía se encuentra en las neuronas espejo, que fueron descubiertas en 1996 por tres científicos de la Universidad de Parma en Italia, sus nombres: Giacomo Rizzolatti, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese. Estas neuronas ubicadas en diferentes partes del cerebro, son estimuladas cuando realizamos alguna actividad y cuando observamos a algún otro hacer lo mismo, es decir, que gracias a estas neuronas imitamos, adquirimos conocimiento y aprendemos de los demás. Lo más importante del sistema espejo es que demuestra la teoría del Zoon Plotitikón de Aristóteles, es decir, que somos animales sociales,  que necesitamos crear lazos y que reaccionamos ante lo que nos rodea como comunidad.

 

¿Cómo influye el sistema espejo cuando nos enfrentamos cuerpo a cuerpo con una obra de arte?

 

Supongamos que estamos caminando entre los largos, anchos y elegantes pasillos del MUNAL. Estamos cazando, nuestras miras buscan sigilosamente alguna historia que nos atrape para satisfacer nuestro apetito visual; entramos a una sala y nos encontramos frente a frente con una mujer de tez blanca, pelo recogido color caoba, ojos llorosos, pómulos hinchados y mirada melancólica; es “La flor muerta” de Manuel Ocaranza. Obra que narra uno de los episodios más comunes en la existencia humana: el desamor. ¿Por qué esta pintura nos invita a dialogar con ella? ¿por qué nos gusta, nos disgusta o nos es indiferente? La razón se encuentra en la empatía, lo que en teoría del arte se podría llamar Einfühlung, término alemán casi intraducible que se refiere al vínculo que existe entre nuestra experiencia y el mundo exterior, es decir, lo que sucede en nuestra mente y lo que ocurre más allá de nosotros.

«La flor muerta», Manuel Ocaranza, 1868, Óleo sobre tela, 165.8 x 115.5 cm, Museo Nacional de Arte. 
«La flor muerta», Manuel Ocaranza, 1868, Óleo sobre tela, 165.8 x 115.5 cm, Museo Nacional de Arte. DETALLE.

Si logramos desembarcar sobre esta obra con nuestro propio acontecer y ésta logra desembarcar en nosotros, el sistema espejo se puso a trabajar. A través de lo que los ojos desvistieron para el intelecto, somos capaces de identificar en su rostro (ese soporte fisiológico sobre el que se plasma nuestro acontecer), el dolor que la mujer con el corazón roto está sintiendo. La interpretación de esta obra puede ser tan variada como variado es el público, esto quiere decir que la narración proveniente desde la historia del arte no es la única “correcta”. Existen multiplicidad de discursos coherentes para experimentar, entender y juzgar a la pieza. Un comensal del arte no tiene que saber quién fue Manuel Ocaranza, ni con qué técnica está hecho, ni a qué estilo pertenece, para ser capaz de comerse a miradas un cuadro; lo único que tiene que hacer es atreverse a interactuar con él.

 

Para mí,  cualquier relación que tengamos con una “obra de arte” se tiene que basar en el principio Mozart, recurrentemente usado en el arte conceptual. Dicho principio plantea una analogía bastante simple, en la cual existe un compositor y personas que interpretan la obra, estimulando la producción continua de ideas. El hecho de que una obra nos guste, nos disguste o nos sea indiferente tiene completa relación con nuestra experiencia y en el patrón de conocimiento que nos encontremos. Tomemos como ejemplo al alumno que ingresa a un museo con el único objetivo de responder el molesto cuestionario que su profesor de historia le dejó para el fin de semana, el patrón de conocimiento en el que se encuentra es el práctico, pues lo que más desea es terminar rápido su visita para poder jugar fútbol con su hermano el resto de la tarde. En ningún momento durante el recorrido, el cerebro del joven estuvo en el patrón estético, jamás buscó gozar la experiencia, quedarse en ella.

 

Para el filósofo canadiense Bernard Lonergan, existen muchos patrones que condicionan la manera en que experimentamos, entendemos y juzgamos a las obras de arte. Por lo tanto, el patrón en el que nos encontremos será nuestro punto de partida para acceder e interpretar la obra con la que estemos interactuando. Para adentrarnos a la experiencia y a la empatía en el arte, existe otro término aparte de la Einfühlung, que puede ser bastante útil: Anbild, palabra también de origen alemán que no tiene un equivalente en el castellano, pero que hace referencia al insight que tiene un observador frente una obra de arte, aquel Eureka que grita nuestra mente cuando estamos en presencia de aquello que nos desborda.

 

En resumen, supongamos que aquel alumno que entró al museo hace algunos párrafos, de pronto se queda pasmado ante alguna obra (piensen en la obra que más les guste). En el caso del alumno, la obra que lo llevó del patrón práctico al patrón estético fue “Los futbolistas en el llano” de Ángel Zárraga. El joven durante su recorrido jamás abandonó su deseo por jugar fútbol con su hermano, al encontrarse con una obra relacionada con una de sus actividades favoritas, el patrón de conocimiento podría cambiar del práctico al estético en un pestañeo. Y su experiencia pasada lo podría llevar a la Einfühlung o al Anbild, a tal grado que se pueda imaginar a sí mismo como alguno de los jugadores dentro de la pintura. “Somos lo que conocemos, lo padecemos”.

«Los futbolistas en el llano», Ángel Zárraga, 1924-28, Óleo sobre tela, 175 x 122 cm. Colección particular.

Las neuronas espejo y todos los sistemas con los que estas se relacionan, nuestros patrones de conocimiento y nuestra memoria, forman un traje a la medida para nosotros ante cualquier acontecimiento artístico al que nos entreguemos. Somos comensales del arte, lo devoramos, lo comemos esperando algo que la mayoría del tiempo no sabemos qué es. Empero, no es necesario saber, pues las expectativas son en muchos sentidos uno de nuestros mayores enemigos. Simplemente lo hacemos, el hambre de conocer es insaciable; y cuando nos disponemos a degustar una obra, ahí estamos, partiéndola, conociéndola, y conforme la consumimos ésta va liberando nuevos sabores, colores, texturas y formas que nos pueden llevar a cualquier parte. Que algo suceda únicamente en nuestra mente, no significa que no sea real.