C DE CULTURA

ColeccionARTE

febrero 24, 2023

Santiago Del Bosque

“Ama el arte. De todas las mentiras, es, cuando menos, la menos falaz.”

Gustave Flaubert

 

Somos coleccionistas natos. Desde que somos niños, nuestro sentido de pertenencia se agudiza poco a poco, y damos vida a un rincón,  una cajita o algún cajón en el cual guardamos con celo un tesoro que alberga nuestros sueños, ilusiones y recuerdos. En mi opinión, todo este ritual es algo inherente. Nos involucramos de tal manera con algunos objetos, que su cuidado, conservación y preservación afectan nuestra vida de manera significativa; como ejemplo basta con mencionar a un personaje entrañable, Lord Voldemort y sus amados horcruxes. De hecho, hablar de la relación que existe entre los objetos materiales y la magia, va más allá de la historia creada por J.K. Rowling. En el Hermetismo, una tradición filosófica que tuvo su auge durante los siglos XIV y XVII, los objetos podían tener el carácter de talismanes, es decir, cosas con algún poder «mágico” que en sí mismas y a través de la palabra, eran capaces de evocar a algo más allá de nuestro tiempo-espacio.

La palabra “recordar” tiene su origen etimológico en los vocablos latinos “re-cordis” que significa “volver al corazón”. Dicho órgano para los romanos era donde habitaba la memoria, y muchos objetos de atesoramiento tienen esa intención, hacer sentir que algo nos pertenece y que pertenecemos a algo. Los objetos se nos presentan en infinidad de recipientes metafóricos que nosotros llenamos y significamos a través de las experiencias que nos preceden. De tal manera, dichos instrumentos de la memoria se convierten en nuestros aliados en la eterna batalla contra el olvido.

Conforme crecemos, lo bello poco a poco va develando lo perverso que le acompaña, ascendemos en la escala del conocimiento y nos damos cuenta de que atesorar ciertos objetos puede traernos algunas recompensas más allá del aspecto sentimental y emocional. En su libro “El arte de coleccionar arte”, Javier Lumbreras menciona cinco razones principales por las cuales coleccionamos: el gusto estético, las razones emocionales, las razones intelectuales, el deseo de legado y las intenciones financieras. Por lo que aquella cajita, que en un principio contenía algún carrito de juguete, una foto de la familia y algunas cartas amorosas, comienza a ser el recinto de otro tipo de objetos, que incluso pueden ser del mismo tipo, hasta que la cajita no sea suficiente y toda la habitación se convierta en el espacio más adecuado para su resguardo.

El coleccionismo, el acto de querer preservar algo con cualquier fin, otorgarle un nombre, asirlo para nosotros como un tesoro; es una idea que se convirtió en creencia, todos somos coleccionistas de algo. Muchas veces hablamos de los objetos como si formaran una parte casi indispensable de nosotros, y así es, nuestro sistema de creencias occidental así nos ha educado; empero, no es imposible deconstruirnos. Pero entonces ¿Quién le da el valor a lo que coleccionamos? El mercado, aquel ente compuesto por el binomio de la oferta y la demanda que ha sido una parte perenne en nuestra historia.

Y es aquí en donde se pone caliente el asunto, ¿Qué tiene más valor, lo ritual o lo económico? ¿Lo económico no es un ritual? La primera respuesta depende de cada uno de nosotros, mientras la segunda es un rotundo: “sí, lo es”. Entonces ¿Desde dónde podemos partir? Pues desde lo que está a la mano y es más obvio. El coleccionismo es una actividad egocéntrica, muy del “yo”, de la cual seguramente Freud tendría mucho que decir. La mirada del coleccionista va más allá de la actitud estética y se aproxima mucho más a la de un servicio íntimo, pues el coleccionista no busca únicamente plantarse en un museo como amante del “arte”, éste busca una relación de pertenencia mutua con la obra, como el custodio temporal de un tesoro.

Es importante mencionar que todo objeto es un medio de atesoramiento, todo tiene un valor en el mercado, lo único que hay que hacer es encontrar al cliente potencial, tarea poco fácil la mayoría de las veces. Pero ¿qué hay de diferencia entre la persona que colecciona picaportes y el que colecciona obras de Rubens? Pues el valor que cada uno tiene en el mercado que es determinado por la oferta y la demanda, que a su vez dependen de otros elementos como: el valor artístico, el valor histórico, el valor intelectual, el valor material (de qué está hecho), de qué tan publicitado ha sido el producto (mercadotecnia dada por: museos, curadores, casas de subasta, galerías, etc.) o quien lo produce. El mercado del arte es la epítome del arte del mercado, pues se compone de dos de los inventos más complejos del hombre, el arte y el dinero.

Para terminar describiré un caso y cada quien sacará sus propias conclusiones. La película “Woman in gold” narra la historia del retrato que Gustave Klimt hizo de Adele Bloch-Bauer (una de la pequeña colección que la familia tenía de ese artista). Para los que vieron la película recordarán que se trata de una obra robada por el ejercito nazi cuando ocupó la ciudad de Viena y que después de la Segunda Guerra Mundial tuvo como recinto a la Galería Nacional Austriaca. En el año 2000, María Altmann, legítima heredera de las obras demandó al gobierno austriaco reclamando la(s) obra(s). El caso crecería tanto que incluso el gobierno de los Estados Unidos se involucraría en el juicio, al final, la heredera se queda con la obra y llega el corte a negro.

Lo que pasó más allá de la pantalla es bastante interesante, pues en 2006 la heredera vendió la obra mencionada, en 135 millones de dólares a Ronald Lauder, ex embajador de E.U.A. en Austria y dueño de la Neue Galerie en Nueva York. ¿Qué tuvo más valor para la Sra. Altmann, el valor ritual y sentimental o el valor económico? En mi opinión, María Altmann se convirtió en coleccionista de algo que no coleccionaba, la obra tal vez ya no tenía el mismo valor ritual y sentimental para ella, y además, se volvería millonaria si lo vendía. ¿Por qué venderlo a una colección privada y no a un museo? Detrás de esta obra y el resto de la pequeña colección existen muchos dilemas éticos: el espolio de los nazis, la actitud del museo y de las autoridades, y, tal vez, la actitud de la Sra. Altmann. Un coleccionista evoluciona y cambia con el tiempo, pero jamás deja de ser aquel niño con una caja llena de secretos.